Condenación de las estatuas

No importa de qué material sean

—barro cocido, terracota,

mármol,

               granito

                            o bronce—

ni la actitud

—grandilocuente o modesta,

sedente, erguida,

ecuestre,

                 oficiante,

                                  o bélica—

de la que guarden memoria:


Todas serán polvo del mismo elemento.


[Imagen: Gian Lorenzo Bernini, El Nilo (en la Fuente de los Cuatro Ríos, 1648-1651). Foto compartida bajo la licencia Creative Commons Genérica de Atribución/Compartir-Igual 2.0]

Lo más perturbador

Lo encontramos a mitad de la calle

esparciendo su hedor

como una huella de oso,

rodeada de sangre y moscas,

amenazando a todo lo que se atravesara en su camino.

Al principio no supimos

si era un animal atropellado

o restos humanos dejados como otra apostilla a la violencia,

pero ese trozo de carne,

piel

y huesos

resultó lo más perturbador de nuestras vidas

hasta que nos percatamos

de que a nadie más que a nosotros le importaba,

y entonces decidimos creer

que debía tratarse de un pedido

que tiró por accidente el aprendiz del carnicero.

El superhéroe

mientras el amanecer se deja llevar por su propia marea ascendente
José Carlos Becerra

Ese hombre

        a la espera de augurios y oráculos

sin cumplir

        escudriña la sombra de Ícaro rasante

en el cielo

        mientras la noche avanza imperceptible

por la ciudad

        con su destreza quebradiza y anquilosada

a cuestas

        o apenas un sentimiento pálido que decae

languidece

        como un disfraz ridículo sobre el respaldo

de una silla

        o el deseo húmedo por empuñar un alias

que desprecie

        los crepúsculos enrojecidos

las señales luminosas

        que pasaron por alto

su delirio

        zodiacal y silencioso.

Dos mujeres jóvenes

En ese café —donde las tardes se estiran como un gato—
dos mujeres jóvenes platican, casi en un murmullo,
de todas las vicisitudes que les dejó la cuarentena.

Es fácil saber que tienen mucho tiempo sin verse.
Sus sombras tiemblan de emoción cuando se rozan
como si de algún placer reprimido se tratara.

Entonces son dos gotas de rocío sobre la hoja
de un arce que, cuando las siente caer como una sola,
experimenta un cosquilleo que endurece sus raíces.

La que viste de negro no cesa de hablar entre risas
de los amigos y amantes que la despojó la pandemia.
Es reticente en su uso del plural, como si temiera

conjurar un demonio o que la moral en persona
entrara por la puerta. Después de una pausa
para darle un sorbo al café y pasarse el silencio,

asegura que nada se compara a que te toquen,
te desvistan, o te la metan.
                                                       La otra, de jeans y chaqueta
gastada con solapas de terciopelo, rompe a llorar;

diciendo entre sollozos que los últimos meses
fueron lo peor de su vida, que su marido la golpea,
le roba su dinero y amenaza con correrla de la casa por golfa.

Pero que seguramente la culpa es del Mercurio retrógrado,
o que haya empezado el año del Buey en plena pandemia,
y que cuando el sol entre en Piscis a todos nos irá mejor.

[Imagen:H. Matisse, Dos figuras femeninas y un perro (1939); © Col. particular]

Semáforos en preventiva

I

Todo es trágico esta noche: el perro agonizante que comparte con las luces frías su casa de maderas ruidosas, el mandado que tiembla en la mano de la enfermera que justo olvidó cómo volver a casa, el anciano que dejó de presentar en tiempo y forma su declaración de desahucio, y la adolescente que fue asesinada por sus conocidos entre risas mientras jugaban a las cuchilladas en el bulevar.

Todos escucharon el mismo motor ronco por en medio de sus noches vacías y, por un instante, desearon que pudiera sacarlos también a cada uno de ellos de ahí; de ese trozo de realidad que se les iba de pronto encima y los inundaba como una bocanada que los obligaran a respirar a fuerzas. Sin embargo solo se trataba del autobús de los recorridos turísticos que iba camino del terreno donde encierran, día tras día, el pasado.


II

El sonido metálico de los vecinos abriendo el zaguán es como si alguien arrojara unos dados para saber si alguien morirá esta noche o no en la cuadra, en los edificios de departamentos vacíos con la boca torcida donde las escaleras desembocan al vértigo; algunos aseguran que no hay relación alguna entre los dos fenómenos, pero los que hemos muerto lejos de un hospital, y no necesariamente de causas naturales, sabemos muy bien que no es así.


III

Hay un insecto que solo vive en el cuarto de las escobas del último piso del edificio. Ningún cajón entomológico da cuenta de él, tampoco aparece en los anales de sociedad científica alguna. El conserje sería tal vez el único responsable de que tan singular espécimen perdure y florezca en estas condiciones específicas de penumbra, frío y humedad. Un escarabajo diminuto que no soportaría que la vida diaria fuera diferente, tal vez más alegre, más cálida o más íntima, para un puñado de personas que son incapaces de reconocer el molde en la atmósfera que le da quietud y fijeza a este cuarto.

[Imagen: Paul Klee, Banderas en el pabellón (1927), Sprengel Museum, Hanover]

Un tercio de la luz

He podido comprobarlo
con el recibo en mano:

no eres ni siquiera un tercio
de la luz
que jactanciosamente
asegurabas
aportar en esta casa.

Yo tampoco.

Al parecer
                       ninguno de nosotros
podrá jamás competir
con el encanto

distante e irresistible

de esa luz cálida y diminuta
que en medio de la noche
comparte a manos llenas
                                                        el refrigerador.

[Imagen: Abba Cudner, Todavía pienso en quién era aquel verano, (2018) © colección del artista]

Catalina y las víctimas

Recuerdo
con satisfacción maledicente
cada preocupación de Catalina,
síntesis de la belleza cruel
que dibuja una flor de cerezo en una espada.

En plena adolescencia
Catalina se desvivía
maldiciendo
su suerte de botón aparecido en el verano:

Su piel le parecía demasiado frágil para el terral que la abrasaba,
y juraba que el brillo azulado de sus ojos
se aneblaría adelgazándose
hasta la total opacidad.

Yo,
sin embargo,
nunca pude creerle
toda aquella picadura de palabras,
amargas y quebradizas
como hojas de tabaco abandonadas bajo el sol,
porque adolescente como era,
todo me parecía una impostura
para hacerse la «víctima»
en aquel sainete donde ella era el único personaje principal.

«Pero las víctimas suelen ser infalibles
—me decía—
y nadie pone en tela de juicio
su manera de relatar los hechos».

Me pregunto
que pensará ahora Catalina,
después de todos estos años
de vivir a tientas,
y descubrir
si todo aquello que creía era verdad
o no.

[A 11 de septiembre de 2020]
[Imagen del performance de Alejandra Herrera Silva, Testing the Waters, © 2016 New Maternalisms y la artista. Foto: Michael JH Woolley]

Un rato de intimidad

A Mariana.

La hija de nuestra vecina
—la del último rellano antes del cielo—
a veces baja a hacer su tarea con nosotros
que le ofrecemos
lo mismo un libro,
que las carantoñas de nuestro perro,
conexión a internet,
un caramelo o un pedazo de pan.

Mientras
su mamá regresa a casa
para que le griten que la sopa esta insípida,
que las camisas están mal planchadas,
que en ese cagadero
nunca se pueden encontrar las cosas,
y que si la torpeza fuera una habilidad
ella
seguramente nunca la aprendería por torpe.

Pero ella,
como una estatua de sal
sobre la que se han cumplido todos los augurios,
vuelve lentamente por su hija
sin nada que delate
ese puñado de arenisca que debe estarla atragantando:

Amable, sonriente,
y casi confortada por ese rato de intimidad en su departamento.

[A 8 de septiembre de 2020]
[Imagen: Teddy Cobeña, detalle de la escultura en bronce No a la violència de gènere. Parlem (2017), cedida por el autor bajo Licencia Creative CommonsShare Alike 4.0 Internacional.]